Llenos los niños de árboles, de Cristina Sánchez-Andrade

Tú y lo que te asusta 
estáis envejeciendo.

Ficha técnica

TítuloLlenos los niños de árboles
Autora: Cristina Sánchez-Andrade
Ilustración de la cubierta: Dara Scully
Género: poesía
Editorial: La Bella Varsovia
Fecha de la edición: mayo de 2019
Formato: encuadernación rústica, 72 páginas
ISBN: 978-84-948412-7-9


Sinopsis

Hay pájaros dentro de mí.
Pequeñas inquietudes
negras,
verticales,
frías.
Duermo con pájaros
y en mi cabeza chillan
los pájaros.

Por estos poemas atraviesa un miedo que se despierta con el tiempo: el de la mordedura atroz de la vejez. También los recorre la extrañeza que separa el amor a los hijos y la necesidad de un espacio propio; y ese otro miedo que nace de la incapacidad para expresar la ternura, o de la ausencia de algo indefinido que adopta forma de pájaro. Cristina Sánchez-Andrade ha escrito este libro hermoso y salvaje —también durísimo en su honestidad— en el que surge de la sombra un mundo que se entiende como la historia propia: el universo entero cabe en un montón de tierra o en una botella vacía de leche. Llenos los niños de árboles habla sobre el entorno que hiere, sobre la memoria que cura, y lo hace desde la conciencia de que «el mundo ya estaba en mi corazón,/ como la pequeña mancha de podredumbre en la cereza».


Reseña

Este es un poemario atravesado por el miedo y la ausencia de él. La transición de la infancia a la edad adulta y después a la vejez sirve de telón de fondo para cuestionarse y reflexionar sobre los temores. Y, sobre todo, para equiparar dos edades tan parecidas y diferentes a la vez, la primera y la última del ser humano. La infancia se caracteriza por la ausencia del miedo y por una concepción infinita de la existencia propia y ajena; a medida que crecemos, vamos adquiriendo la conciencia de nuestra propia finitud y por ello nace el pavor ante el paso del tiempo; por último, en la vejez, se vuelve a la libertad inicial, (casi) desprovista de temores.

'Antes de florecer, el miedo es yema,
bulto, principio de fruto.'

‘Vaciar un espacio y llenarlo de caricias’. Esto es lo que hacen los versos de Cristina. Curan ‘pequeños rencores’, te animan a salir del dolor para no enfermar (ni fermentar). Te envuelven en un ‘líquido amarillo y viscoso, // como el amor’ y como un carpe diem tardío, te conminan a coger ‘tu equipaje de recuerdos, cógelos como puedas // porque viajarás desnuda de todo menos de ellos’. El universo narrativo de la autora tiene ecos en su primera incursión en la poesía, llenando de magia las heridas y el dolor.

Niñas que sueñan con vestidos de novia y pechos crecidos.
Mujeres que quieren volver a ser niñas.

Coincidencias fortuitas me hicieron leer ‘Llenos los niños de árboles’, a la vez que ‘La vejez’ (1970) de Simone de Beauvoir. El diálogo que se estableció entre el ensayo de la francesa y los versos de Cristina enriquecieron mi lectura de ambos, al igual que mi comprensión. Solamente puedo decir gracias, con la boca pequeña por la magnitud de este despliegue de arte y poesía. Gracias, Editorial Bella Varsovia. Gracias, Cristina. Gracias, Dara.


Cristina Sánchez-Andrade

Cristina Sánchez-Andrade nació en Santiago de Compostela en 1968. Es escritora, crítica literaria y traductora, y licenciada en Ciencias de la Información y en Derecho. Ha publicado las novelas Las lagartijas huelen a hierba (Lengua de Trapo, 1999), Bueyes y rosas dormían (Siruela, 2001), Ya no pisa la tierra tu rey (Anagrama, 2004; Premio Sor Juana Inés de la Cruz), Alas (Trama Editorial, 2005), Coco (RBA, 2007), Los escarpines de Kristina de Noruega (Roca Editorial, 2011; finalista del Premio Espartaco de Novela Histórica), El libro de Julieta (Grijalbo, 2011), Las Inviernas (Anagrama, 2014; finalista del Premio Herralde de Novela, PEN Award para la Traducción y PEN Award para la Promoción), Alguien bajo los párpados (Anagrama, 2017) y el libro infantil 47 trocitos (Edebé, 2015). Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, polaco y ruso. Llenos los niños de árboles (La Bella Varsovia, 2019) es su primer libro de poemas.

La flor muerta del algodón, de Nerea Rojas

Cuando era aquella niña sangrante
no comprendía qué me castigaba
una vez cada no demasiados días.
La flor muerta del algodón, Nerea Rojas

Ficha técnica

TítuloLa flor muerta del algodón
Autora: Nerea Rojas
Género: poesía
EditorialEdiciones en el mar
Fecha de la edición: febrero de 2020
Formato: encuadernación rústica, 70 páginas
ISBN: 978-84-120371-6-6


Sinopsis

La flor muerta del algodón nace de la necesidad de nombrar, pensar y poetizar el dolor de las mujeres. Es un viaje circular que comprende la búsqueda, la supervivencia y la reconciliación. Pretende explorar el cuerpo como espacio político, así como los posibles resquicios de un lenguaje en ruinas desde los que enunciar una resistencia. La memoria, la violencia y el poder son otros temas a través de los cuales se va tejiendo una cruda y rebelde aspiración a la libertad.


Reseña

En La flor muerta del algodón Nerea habla del dolor, de ese dolor que compartimos todas las mujeres con nuestras hermanas pasadas, presentes y futuras. Se forma desde el interior de nuestras madres y sabes que «te dueles porque tenía que ser así», es un dolor ancestral casi cultural. El poemario está dividido en tres partes: Génesis, Medicalización y Maternidad; en cada una de ellas la autora utiliza los símbolos de la feminidad para mostrar la maduración del cuerpo a través del dolor y la sangre, y los tratamientos (a veces) innecesarios para paliar los efectos de ser mujer.

Me convence la idea de que, eso que me araña,
el vientre por dentro, es un monstruo
que se alimenta de estos fármacos. (...)
Había olvidado que el dolor es una flor
que no está viva. Que no la puedo matar.

Se pregunta si «¿hallaré algo detrás del dolor?» y se responde que «tal vez este dolor sea un lenguaje», que «se parece a la guerra», «resucita de una flor muerta», «un verdugo silencioso» que «nunca se esfumará». En sus versos una reconoce el mismo monstruo que le araña el vientre por dentro, que la hace sentir «atrapada por el aparato reproductor», un castigo «una vez cada no demasiados días» en forma de sacrificio sangrante por estar enferma, por no ser madre.

Nerea describe la menstruación como lo que es, dolor, ausencia de maternidad («un espejo que me llama deshabitada»), o, en su caso, una maternidad diferente de un «hijo invisible que yace // entre mis muslos temblorosos», «otro hijo imaginario fallecido». En su primer poemario, la autora consigue transmitir tanto, pero tanto, que tuve que parar para respirar entre verso y verso.

Me encojo como un animal asustado.
Me siento más mamífera que  nunca,
tan atrapada por el aparato reproductor
y con las carnes volviéndose hacia adentro.

Sus poemas vienen bellamente editados por ediciones en el mar y solo puedo deshacerme en halagos por la portada, elección de colores y todo el cariño que me ha llegado con cada una de sus páginas.


Microficha de autora

Nerea Rojas. Fotografía cedida por la autora.

Nerea Rojas Martínez (Cenes de la Vega, Granada, 15 de junio de 1999) estudia el grado de Literaturas Comparadas en la Universidad de Granada. En 2019 resultó ganadora de un accésit en el II Certamen de poesía GATA CATTANA. La flor muerta del algodón (ediciones en el mar, 2020) es su primer libro publicado. La ventana a la literatura se la abrió la lectura de Edgar Allan Poe, pero si tuviera que elegir tres figuras fundamentales para su escritura serían Virginia Woolf, Olalla Castro Hernández y Gata Cattana. Le interesa la literatura viva, la que araña y se asoma a los abismos. Se la puede encontrar en Instagram en @amolosmundossutiles.

(Sinopsis y biografía de la autora extraídas de la página web de la editorial y de la edición impresa de La flor muerta del algodón)


Minientrevista a la autora

¡Hola, Nerea! Antes de empezar, ¡muchas gracias por haber accedido a contestar a estas preguntas!

¡Mil gracias a ti! Es un placer.

Debo reconocer que me acerqué a tu poemario sin haber leído nada al respecto y me atrapó desde el inicio. El dolor tan presente en tus versos traspasaba las hojas y se convertía en un concepto general sobre la feminidad. ¿Por qué has decidido tratar el dolor precisamente?

Por entonces el dolor era algo protagonista en mi vida, de modo que mi experiencia vital es el primer motivo. Sin embargo, no fue lo incapacitante, sino lo silencioso de aquel dolor lo que me llevó a intentar trasladarlo a la poesía. Que algo tan importante y absorbente no tuviera ningún reflejo en ningún lugar… Y tan cotidiano, porque mi dolor no era una de las terriblemente llamadas “enfermedades raras”, sino otra cosa llamada, también terriblemente, “normal”. Por otra parte, pienso en el dolor como algo político, casi como un sistema, a la vez que pienso en la poesía como lo mismo, de modo que considero mi elección de escritura un posicionamiento, un acto político. Nombrar, poetizar… no son gestos inocentes, la literatura siempre tiene efectos en lo real, eso me interesa. También me interesa muchísimo su potencialidad para transformar los sufrimientos en belleza.

«En mi pacto cedí la sangre // a cambio de las palabras». Estos son dos de los versos que más me llamaron la atención (aunque, si te soy sincera, he subrayado casi todo el libro) y en los que me quedé pensando largo rato después. ¿Cuál era tu mensaje? ¿Consideras tu don de palabras intrínseco a tu condición de mujer?

Ahí jugaba con las connotaciones religiosas del pacto de sangre, la sangre menstrual y el sentido que pueden crear estos elementos unidos. Respecto al imaginario judeocristiano imagino la culpa y luego el sacrificio. El sacrificio en este punto, que es el último poema de la primera parte del libro, consiste en asumir el dolor para posibilitar su poetización. En cuanto a las palabras y mi condición de mujer, no considero nada intrínseco al hecho de ser mujer. No es la forma de decirlo que escogería porque puede evocar esencialismos peligrosos para estos días y no considero que lo que he escrito sea “literatura de mujeres” porque tampoco creo en la existencia real de esa categoría. Más bien, ser una mujer politiza mis palabras, las condiciona, absolutamente. No solo el género, también lo hacen cuestiones como la clase.

La menstruación vista como enfermedad es un motivo recurrente en tus poemas y consigues embellecer hasta los nombres de los medicamentos. ¿Quieres compartir alguna experiencia personal relacionada con los tratamientos para paliar los «problemas femeninos»? ¿Quizás la «sonrisa (…) cómplice (…) señal de obediencia» existió?

Así es. Hoy día estar con la regla se sigue diciendo “estar mala”, no quiero ya remontarme a los lenguajes de cuando se te cortaba la mayonesa… Mis experiencias personales no han sido traumáticas, sí desalentadoras. Es decir, y esta vez en la literalidad de la palabra, normales. Son la norma. Por ejemplo, es la norma, y es terrorífico, la facilidad con que se recetan pastillas anticonceptivas, que al parecer son el remedio de todos los males en el sistema reproductor cis-femenino, sean del tipo que sean. Por supuesto, también he experimentado la constante reticencia de profesionales a preocuparse un mínimo, seguían diciendo que era lo normal cuando yo les acababa de contar que no tenía calidad de vida, que el dolor me impedía mover un dedo. Algo de lo que más me descolocó fue una médica que me dijo muy alegremente que los anticonceptivos me vendrían genial para el acné, como si estuviera vendiéndome una crema y a mí me molestaran mis granos. Y algo de lo que más me dolió, una profesora que me contestó sin meditarlo que si no podía ir a hacer un examen final por mi problema de salud habría de ir a la recuperación de más de un mes más tarde, por mucho que lo hubiera estudiado hasta ese mismo día al ser la llegada del dolor imprevisible.

En el poema elegido para la portada mencionas «Comala», sitio al que vas porque te dijeron «que el dolor es cosa de las mujeres que [te] criaron». ¿Qué es Comala para ti? ¿Se trata de un símbolo o de una localización real?

Comala es el pueblo de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. El lugar es el personaje más importante en la novela. Comala significa un conjunto de voces, de antepasadas. De búsqueda de un sentido familiar… pero colectivo también. Y allí están mujeres como Dolores, que coloca la menstruación en una posición subversiva. O Susana, otro gran símbolo. Comala es un viaje fundacional que emprendo cuando me hago preguntas como quién soy, por qué me ocurre esto a mí o si le ocurrió a las de antes y cómo lo vivieron ellas.

A diferencia de aquellos relatos que idealizan la maternidad y con ella la menstruación como portadora de la primera (no podía dejar de pensar en los anuncios de compresas con mujeres felices danzando y saltando), tus versos son como una bocanada de realidad para la lectora que experimenta lo que describes, los calambres, los arañazos. ¿Cuáles dirías que fueron tus influencias (literarias o no) a la hora de plasmar la realidad de una forma tan cruda y descarnada?

Siempre me gusta la literatura visceral, con un lenguaje sencillo. Mis influencias literarias en aquel momento fueron, por ejemplo, Olalla Castro con Bajo la luz, el cepo o Aixa de la Cruz con Cambiar de idea. También estaba presente la poesía de Pizarnik. Y ahora mismo leo mucho lo que se está escribiendo en la editorial Tránsito. Tanto lo que escribo como lo que leo intento que se parezca mucho a la verdad, no que sea realista, sino que busque una verdad. Escribir sobre el dolor es un ejercicio difícil porque puede caerse en una suerte de regodeo, en la morbosidad. O en lo contrario, el idealismo, al pensarlo como algo que no invade todas las dimensiones.

La relación que haces de la menstruación como castigo por la ausencia de la manternidad me pareció sublime, nunca me la había planteado de esta manera. Compartes imágenes muy potentes: «embrión muerto entre la sangre», «hijo invisible que yace entre mis muslos temblorosos», «hijo imaginario fallecido»… ¿Cuál es tu opinión o visión sobre la maternidad? ¿Cuánto hay de autoficción en tus versos?

Tienen que ver experiencias de mis antecesoras en los versos que mencionas. Lo imaginé como una herencia también, que no es otra que la de la culpa. Lo cierto es que personalmente no quiero ser madre ni me causaría ningún sufrimiento la noticia hipotética de que no puedo concebir o dar a luz. Pero la maternidad me interesa mucho desde el punto de vista literario. Antes he mencionado Tránsito, que tiene en su catálogo dos grandes libros sobre la maternidad: Las madres no de Katixa Agirre y Las estrellas de Paula Vázquez. También me fascina lo que está escribiendo Carmen García de la Cueva en la red. En mi poemario hay, como siempre en la literatura, realidad y ficción. Mucha realidad, pero ficcionalizada. No es mi diario personal, es poesía.

Afirmas que «han intentado controlar mi vida». ¿Con los métodos anticonceptivos? ¿Haciéndonos creer que el dolor era normal?

Planteo el dolor como un mecanismo de control. Debe ser un chollo para el sistema tener al gran porcentaje de las personas que experimentamos dolores menstruales muy intensos así, doloridas. Si empezamos a ser disfuncionales laboralmente, entonces intervienen antiinflamatorios y métodos anticonceptivos. Así ya somos útiles otra vez. No olvidemos los comunes efectos a corto plazo de las pastillas anticonceptivas, como la depresión o taquicardias. Los efectos a largo plazo se desconocen. Las mujeres que las toman lo suelen hacer muchas veces durante casi una década. Es grave. Y no es el dolor en sí lo que es malo, sino la negativa a la posibilidad de faltar al trabajo u otras actividades el tiempo necesario, la ausencia de investigación sobre el tema, su naturalización y consecuente invisibilización… Todo esto impide la lucha, la revolución. No puedo salir a gritar a la calle si tengo dolor crónico.

Por último, yo también «a veces me pillo rezando que no vuelva más, que no vuelva más, que no vuelva más», has plasmado por escrito lo que muchas sentimos unos días y tememos el resto del mes. ¡Gracias!

Es extraño cómo funciona. Recuerdo que cuando terminaba se me olvidaba. Es como si de nuevo fuera una persona sin dolor. Luego volvía y nunca me parecía estar lo suficientemente preparada para él. Mientras duraba pensaba en que se iba a marchar, se iba a marchar, se iba a marchar… Gracias a ti. Que cualquiera se haya identificado con lo que he escrito es lo más importante para mí.


Editorial

ediciones en el mar es una editorial independiente de narrativa y poesía que utiliza el genérico femenino. Quieren publicar libros por los que nos hubieran quemado en la hoguera. Les interesa especialmente dar a las mujeres escritoras el espacio que siempre se les ha negado. Quieren hacer familia y ser hogar, un lugar seguro al que siempre volver.